El pasado 20 de diciembre, la NASA anunciaba el descubrimiento de los dos primeros planetas extrasolares de un tamaño similar a la Tierra. Ambos orbitan una estrella de características semejantes al sol, que ha sido bautizada como Kepler-20, dado que el descubrimiento ha sido llevado a cabo por la misión Kepler, destinada la búsqueda de planetas extrasolares habitables.
Los dos nuevos planetas, Kepler-20e y Kepler-20f, forman parte de un sistema con al menos cinco planetas orbitando su estrella. Kepler-20e es algo más pequeño que Venus, mientras Kepler-20f es ligeramente más grande que la Tierra (1,03 radios terrestres). Los otros tres planetas son sensiblemente mayores que nuestro mundo, aunque más pequeños que Neptuno. Los nuevos planetas han sido descubiertos por el método de tránsito, que detecta la disminución de brillo de la estrella cuando el planeta se interpone entre ésta y la Tierra.
Ambas “exotierras” se encuentran demasiado próximas a su estrella madre como para poder albergar vida, dado que dificilmente podría conservarse agua en estado líquido debido a la alta temperatura que presentan. Sin embargo, el espectrómetro de combinación de bandas (MSA), una de las innovaciones que incorpora el observatorio Kepler, ha revelado zonas con una luminosidad anormalmente elevada en las zonas nocturnas de ambos polos del planeta Kepler-20f, el que se encuentra más alejado de la estrella.
Las imágenes obtenidas tradicionalmente mediante la técnica de tránsito no ofrecen detalle alguno, dado que únicamente reflejan la disminución de luminosidad de la estrella cuando el planeta se interpone entre ésta y el telescopio. Por ello, este metodo resulta más fiable cuanto mayor tamaño presenta el planeta, por lo que la detección de cuerpos de un diámetro terrestre es mucho más complejo; a no ser que se encuentren muy cerca de la estrella madre, como es el caso de Kepler-20e y Kepler-20f.
Hasta aquí, el descubrimiento ya representa un hito en la búsqueda de exoplanetas habitables, dado que se trata de los primeros cuerpos de tamaño terrestre que han sido confirmados. Sin embargo, los resultados presentados ayer por la agencia espacial norteamericana han revelado una importante sorpresa: también por primera vez, nos hemos podido asomar a la superficie de un planeta extrasolar, aunque haya sido de forma muy limitada.
Esto ha sido posible mediante una nueva técnica de análisis espectral denominada MSA (análisis multiespectral de combinación de bandas), capaz de combinar digitalmente en una única imagen distintas longitudes de onda con un desplazamiento asincrónico, lo cual permite visualizar de forma artificial aquella radiación que resulta invisible al ojo humano (como el infrarrojo o incluso las ondas de radio), junto con el espectro de luz visible.
Dado que la única parte del cuerpo planetario que resulta visible desde la Tierra durante el tránsito es la cara que queda hacia nuestro planeta, esta región es la única que puede ser analizada. El problema consiste en que precisamente esta parte se encuentra siempre sumida en la oscurdad, ya que lo que en realidad estamos viendo es un eclipse estelar.
En estas condiciones, el análisis multiespectral puede permitir el estudio de una hipotética atmósfera del planeta, llegando incluso a detectar trazas de oxígeno u otros elementos atmosféricos relacionados con la vida. Sin embargo, el sensor de la Kepler ha captado algo más sorprendente: unos patrones irregulares de lo que parece ser iluminación anómala en la cara oscura de Kepler-20f.
Con objeto de aumentar la resolución, el equipo investigador realizó una composición a partir de 1.200 imágenes tratadas, lo que reveló que la distribución de supuestos puntos luminosos no sigue un patrón regular o esperable de una disposición al azar, por lo que la primera posibilidad de que se estuvieran registrando reflejos atmosféricos ha sido prácticamente descartada, según los autores.
El comunicado publicado por la NASA no adelanta ninguna interpretación sobre estas anomalías, señalando que “son necesarios muchos más análisis y el registro de un numero más elevado de imágenes para poder establecer alguna hipótesis de trabajo“, para lo cual “es preciso esperar al próximo tránsito de Kepler-20f por delante de su estrella, lo que tendrá lugar el próximo 8 de enero, al ser su período orbital de 19,5 días“.
Sin embargo, algunos miembros del equipo investigador han sido algo más aventurados, adelantando una posibilidad que sin duda alguna está en la mente de todos: ¿Podría el observatorio Kepler haber registrado la primera señal de una civilización extrasolar?. Donald W. Murray, uno de los astrofísicos de la misión, opina que “la distribución no azarosa de estas marcas luminosas es compatible con estructuras iluminadas de forma artificial con gran magnitud, lo que podría significar el mayor descubrimiento de la historia de la humanidad: una civilización tecnológica en un planeta distinto a la Tierra“.
Como señala el propio Dr. Murray, “en un planeta tan próximo a su estrella únicamente existe posibilidad de encontrar ambientes que permitan el mantenimiento de la vida en las regiones polares, donde la radiación solar se ve muy atenuada, especialmente si el eje de rotación planetario es completamente perpendicular a la eclíptica o si el movimiento de traslación se encuentra sincronizado con el de rotación, de tal forma que el planeta siempre ofrece la misma cara hacia la estrella, como ocurre con nuestro Mercurio. En este caso, las temperaturas de la cara oscura serían mucho más suaves, especialmente en los polos“.
Un dato que aún hace más apasionante esta hipótesis es que el observatorio Kepler no localizó la estrella Kepler-20 de forma accidental, sino que dirigió su mirada hacia el punto de origen de una legendaria transmisión de radio registrada en 1977 por el telescopio Big Ear de la Universidad Estatal de Ohio, dentro del programa SETI de búsqueda de inteligencia extraterrestre. Esta señal, de 72 segundos de duración, es conocida internacionalmente como señal “WOW”, por la anotación que el entonces profesor Jerry R. Ehman realizó al margen del registro en papel contínuo de la que ha sido hasta ahora la única candidata a señal emitida por una inteligencia extraterrestre.
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