El aire que respiramos posee humedad. Es decir, una
cierta cantidad de vapor de agua en cada kilogramo de aire. La cantidad
de agua que puede contener el aire, depende directamente de la
temperatura, por lo que a mayor temperatura, mayor cantidad de vapor de
agua. ¿Qué ocurre al anochecer? Cuando el sol se oculta por el
horizonte, la tierra comienza a enfriarse. Y lo hace a un ritmo mayor
que el aire. En ausencia de viento, el aire se enfría por capas, el aire más frío al ser más denso desciende hasta la superficie,
mientras que el aire caliente permanece en cotas más elevadas.
Al descender la temperatura, la cantidad de vapor de agua que puede
contener el aire desciende, por lo que para desprenderse de él, el vapor de agua se condensa
en gotas de agua o en vaho que empaña la superficie. Si la temperatura
desciende por debajo de 0ºC, podrán formarse cristales de hielo.
No obstante, este fenómeno no es del todo cierto. Para la formación
de estructuras de hielo hace falta introducir otro factor, la nucleación. Fenómeno que define el comienzo de un cambio de estado. En nuestro caso, de líquido a sólido.
El agua pura, es decir, agua sin ningún tipo de impurezas, se
congela a −42°C. Y no a los 0ºC que nos tiene acostumbrados. Esto es
debido a que, en el agua pura no existen nucleadores para la formación
del hielo. Mientras que en el agua que conocemos, existen una serie de
semillas (polvo, impurezas, etc.) que actúan como nucleadores y
facilitan el comienzo de la cristalización.
Estas semillas también pueden ser superficies irregulares como los
granos de polvo, aristas cristalinas, bordes rugosos, etc. Es por ello
que tras una noche fría, se forme escarcha en los cristales de los
coches.
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